Supongo que nunca fuí de pintarme una sonrisa forzada, prefería que me pintaran el corazón. De escuchar la ciudad desde el autobús y desde la cama. Mientras ahora, somnoliento, frente al bosque de pinos, repaso los momentos de mi vida. El café se enfría, los ojos miran, los sueños son más sueños si los dejas libres.
El pasado es una botella que lanzamos el mar para que nunca regrese. El futuro es un lienzo en blanco (en el que Modigliani pintaría a su amada Jeanne). El mundo es verde y azul, un faro que lanza señales a los náufragos para que nunca pierdan el norte. Sirenas del asfalto esperando que llegue un tren que nunca llega. Una estación fantasma en la que se despiden dos amantes prometiéndose una carta por semana. Que nunca llega. El cartero de vacaciones soñando con buzones y sellos. Releyendo en su mente la carta más bonita que nunca vio. Las niñas con lazos en el pelo andan en bicicleta y sueñan con ser parte del viento. Las escaleras que llevan a una azotea desde la que se ven todas las estrellas. Los barcos que zarpan sin mirar atrás, entre la espuma de las olas. Y los jóvenes que se tiran desde el muelle al agua porque tienen ansias de libertad.
Todos ellos están aquí dentro. Espuma de mar, café, olas, pasado y futuro, piel y huesos. Una libreta llena de tachones, una vida llena de remiendos...
Heridas en los ojos e ilusión en las manos. Como tirar una moneda y que termine perdiéndose en una alcantarilla. Como bailar el primer día que te conocí sin tener miedo a nada. Obviar los golpes y seguir caminando, primero un pie, después el otro, y así hasta llegar a tu lado. Momentos llenos de memoria. Sueño y realidad. Gatos relamiéndose después de cortarle las alas a un pájaro. “Dar golpes al pasado y acariciar el futuro”
Esta vez el futuro es una habitación en la que sólo estamos nosotros con café y cava para todo el día. Me parece un buen plan. Tengo mucha vida en los ojos y estoy dispuesto a enseñártela. Y a vivirla contigo.
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