Empezamos hablando del tiempo, de la lluvia, tú te pasabas las tardes de domingo mirando desde la ventana como arrasaba el parque de enfrente de tu casa. Yo solía salir los viernes a pasear sobre los charcos con unos vaqueros desgastados. Azul lluvia, claro, mis botas negras, mi camisa blanca y mi chaqueta de cuero. Después me contaste como habías sobrevivido a la vida, algo sobre escribir, escuchar música, y sonreír por las mañanas. Me reconocí en tus palabras y luego me vi en tus ojos. Claro que después llego todo lo de que yo necesitaba que me rescataran y ver el mar desesperadamente, y tú quisiste ser mi heroína. Y lo fuiste. Lo sigues siendo. Mientras yo te hablaba de mis días grises, tú me acariciabas el pelo, y nos prometimos un día bailar bajo la lluvia. Desde entonces, esta ciudad somos nosotros. Cada calle, cada farola, los bancos solitarios en las calles sombrías. Los bares de copas y sus últimos tragos silenciosos al amanecer, abrazados, buscando el momento perfecto.
La ciudad ya no me ahoga, ya no la odio, disfruto en silencio mientras paseo y ella me cuenta sus secretos. Viviendo un romance en cada esquina, “viviendo la novela más sincera siempre”. Somos protagonistas de un libro que no tiene final, el prólogo me lo escribiste el primer día en la espalda, con tus labios, con tus uñas. Empezaba con un “Seremos eternos.” Escribiría sobre ti incluso sin conocerte, serías mi historia de amor. Inventando un cuento para cada día, para cada sueño. Y un buen día, te cogí por la espalda y acercándome sutilmente a tu cuello te susurré: Estoy enamorado de ti. Y el resto fueron vals por todo el metro hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos. El comienzo de una vida juntos.
Más tarde, tú me fotografiabas y yo te leía poemas desde la cama.” No es tan diferente, protagonizamos la huída de la tristeza cada día, cada noche. Cuando la realidad y el sueño se vuelven uno y amanezco en tus brazos. Acariciándote los labios y susurrándote que estoy enamorado de ti, como en ese metro inexistente. Y vals por toda la cama hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.
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