viernes, 10 de febrero de 2012

DE IKEA, PARÍS Y POEMAS DE AMOR

De repente lo vi claro, estábamos sentados en el sofá de un salón decorado en Ikea y frente a la chimenea. Mi cabeza, apoyada en tu hombro, los ojos cerrados. De repente visualicé mi vida entera, nuestros platos en la mesa, los libros desordenados. Una frase anotada en cada servilleta y un te quiero en el imán de la nevera. La fruta en tu cesta favorita, tus nunca más tirados por el suelo al lado de la lista de cosas que me harías cada día. No había miedos, París estaba en esa habitación, París éramos nosotros. 

Había poemas de amor para cenar y tostadas con mermelada de fresa para desayunar. Olía a fresas y teníamos una planta que florecía cada primavera. En invierno nos tapábamos hasta arriba y jugábamos a contarnos historias de miedo bajo las mantas. Yo bailaba por el pasillo cada vez que celebrábamos que estábamos vivos y tomábamos alguna copa de vino. Tú me arrancabas la camisa y después hacías de la vida algo grande. Cada noche me contabas un cuento en el que yo era un aspirante a príncipe que tenía un gato y mil pájaros en la cabeza y me hacías sonreír justo antes de dormir. Por la mañana yo era ese príncipe y mi gato dormía encima de la funda nórdica de flores. Gato y flores. Vivíamos en el campo, cerca de la montaña, y en verano paseábamos y recogíamos margaritas que después te colocabas en el pelo, una a una. Yo a veces me escapaba con una libreta a escribir poemas sobre el mar, la soledad, y el olor a pinos. Tú los leías a escondidas y volvías a contarme la historia de los gatos para que sonriera. 

Sabes hacerme feliz. Sólo poesía, música, gatos, mar, vestidos blancos, la luz y el olor de las velas de Ikea, tu cuerpo desnudo, el desayuno sobre la cama, frases subrayadas en los libros, primavera, flores, la promesa de abrazarme cada mañana. La promesa de ser más que el tiempo. 

Lo vi, por un instante supe que seríamos eternos, que te reñiría cada noche por no recoger la mesa y después te tiraría sobre el mantel lleno de migas y te haría el amor. Porque nosotros éramos eso, a ratos nos separábamos y a ratos nos amábamos como nunca. Intensos. Un par de locos que se amaban más que nadie. De repente dijiste - Tenemos que irnos -. Todo eso se desvaneció. Pero por un instante fuimos eternos. Subí al coche sonriendo sin que tú supieras el motivo. Si yo te contara… pensé. Y me puse a escribir, y ahora lo estarás leyendo y sonriendo, porque tú eres el motivo. Tú siempre eres el motivo.


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