jueves, 23 de febrero de 2012

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

Había dejado la ropa tirada por toda la habitación, era propio de mi. El desorden de mi vida traducido en el desorden de mi casa. Ponerme los calcetines al revés y ponerme una americana con vaqueros. Miraba la vida cómo quien mira una luz que se apaga. Tenía la manía de coger el coche, salirme de la autovía y aparecer en cualquier cafetería de cualquier pueblo para probar su café, y fijaba en mi cabeza el recorrido que había hecho y el sabor. Ya no bailaba, sólo soñaba con coger un avión y aparecer en otra ciudad diferente. Me ahogaban los días y por eso mi manía de coger el coche, creía que era como un avión con ruedas y puede que me llevara a un sitio mejor. Los años habían pasado. Los días de caminar por las vías del tren desafiando la vida con una sonrisa habían terminado. Cuando llegaba a casa me tumbaba en el sofá y ponía las piernas en lo alto mientras la cafetera hacía su trabajo. Esos minutos eran los únicos en los que la calma aparecía. El techo daba vueltas y yo alargaba los brazos hacia él. Bailando con el aire y formando figuras extrañas. Era una locura rara y a la vez fantástica. No tenía visitas. No había nadie tocando a la puerta y yo seguía bailando por el pasillo olvidando. Olvidando los zarpazos al corazón, las canciones que arañan por dentro, los coches y sus recorridos, los sabores del café, los viajes sin sentido ni destino, los dibujos del techo, los aviones de vuelta y las maletas que nunca se hicieron. Olvidando el sabor del café, el olor de las mañanas y todo lo que había escrito en esa maldita libreta. Tenía que renacer. Y recordaba que vivía en una ciudad nueva, que aún me quedaban por conocer unas cuarenta calles, que tenía pendientes por leer unos doscientos libros y por conocer unas cincuenta personas. Recordaba que aún quedaban momentos que me encogían el alma y personas que abrazaban sin esperar nada a cambio. Recordaba que hoy es siempre todavía. Y el cielo del techo se vestía de colores, por fin se había escapado el gris bajo la puerta. El aroma del café recién hecho llenaba mis sentidos.

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