martes, 13 de noviembre de 2012

LOS CINCO SENTIDOS

 
Los niños en el colegio aprenden los cinco sentidos y para lo que se emplea cada uno.
 
Los adultos nos hacemos selectivos y los empleamos a nuestro antojo.
 
Vemos lo que queremos ver, todo aquello que no nos es agradable a nuestros ojos lo apartamos de un plumazo, con un efectivo giro de cuello o con un rápido movimiento en nuestras manos que nos colocan las gafas de sol.
 
Escuchamos las palabras agradables y nos ponemos unos tapones imaginarios en nuestras orejas para no escuchar a aquellos que nos buscan, a aquellos que realmente necesitan ser escuchados.
 
Olemos los perfumes, las flores, el aire fresco de una tormenta, pero huimos del olor a podredumbre de la sociedad que nos rodea, ésa cada vez más corrompida y putrefacta.
 
Saboreamos los alimentos que nos gustan, el sabor de un beso de amor y nos alejamos de lo que pueda dejar en nuestros labios un amargo gusto a infelicidad.
 
Tocamos los cuerpos hermosos, las obras increíbles que la naturaleza pone a nuestros pies y nos guardamos las manos en los bolsillos ante todo lo que resulte áspero a nuestro tacto.
 
¿Alguna vez hemos pensado que podemos ser nosotros los que estemos al otro lado y necesitemos todos y cada uno de los cinco sentidos de otra persona?
 
Si de niños nos enseñaron, de adultos no olvidemos. El sexto sentido que todos tenemos de ser humanos, de ser personas, es el que debe prevalecer por encima de los otros cinco y demostrar y, a la vez, demostrarnos, que no somos insensibles, porque ante el dolor, la soledad, la miseria, la tristeza y la amargura de las personas todos nuestros sentidos se han de poner en marcha y reaccionar. Todos hemos necesitado alguna vez de los demás y algunos seguimos necesitando. Somos personas: vemos, oímos, olemos, saboreamos y tocamos, pero ante todo, sentimos.

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