Hay veces en que me planteo: "Si sólo tenemos una vida y no dos, ¿por qué tenemos que tener dos oportunidades y no una?".
Durante nuestra etapa escolar tenemos dos oportunidades en los exámenes una vez que pasamos a la vida laboral, las oportunidades se reducen a una: tu trabajo ha de ser bien hecho a la primera.
Nadie nos había preparado para esto.
Si nos centramos en las personas que nos rodean, solemos dar segundas oportunidades a las que realmente nos importan: si nuestra persona amada comete un error, lo perdonaremos no una, sino más veces, pero siempre con exigencias. Si nuestros amigos nos defraudan, les daremos otra oportunidad. Pero ¿y aquellas personas que no forman parte de nuestro círculo más cercano?
Somos los primeros en juzgar y emitir un veredicto: si es declarado culpable, no hay más oportunidades.
Juzgamos, pero no nos gusta que nos juzguen. Ponemos una cruz sobre aquellos a los que ya no hay que permitir que lo vuelvan a intentar. Juzgamos y condenamos a los demás muy a la ligera y muy injustamente en muchos de los casos.
"Si volviera a vivir haría....", frase habitual en nosotros. Pero por suerte o por desgracia sólo tenemos una vida. En ella debemos hacer aquello que nos dicte nuestra mente, nuestra conciencia y sobre todo, nuestro corazón. Nunca debemos plantearnos qué hubiéramos o no hecho.
No sé si todos se merecen una segunda oportunidad. De lo que estoy seguro es de que sólo tenemos un momento y un lugar para hacer las cosas, por lo tanto hay que procurar hacerlas bien, en primer lugar por nuestra propia satisfacción personal, para que no llegue el día en que tengamos que preguntarnos: ¿Me merezco una segunda oportunidad?, y en segundo lugar, para favorecer a nuestro alrededor la felicidad y el bienestar "Haz el bien y no mires a quién".
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