Cuando cumplí los cuarenta no noté
ninguna crisis ni nada por el estilo, pero a medida que va avanzando la
decena, comienzo a pensar por qué se habla de esa dichosa crisis.
La verdad es que es una edad extraña: los que tienes por delante
comienzan a irse y los que vienen detrás quieren independizarse: así que
tú pasas a ser muy joven para tus antecesores, que suelen decirte que
aún eres un crío, y muy viejo para tus descendientes, que te dicen que
no te enteras de nada.
Sinceramente, yo me sigo sintiendo joven, con ilusiones, con sueños y
con un futuro por delante que me traerá cosas maravillosas, o al menos,
eso espero; pero siempre tropiezas con el gafe de turno que tiene que
decir: los próximos en caer somos nosotros.
No te vistes con la misma ropa que tus hijos, porque sencillamente el
cuerpo se ha desbordado y no encuentras tu talla, pero lo harías con
mucho gusto; ni tampoco te vistes con la misma ropa que tus padres,
porque no quieres parecer un/a abuelo/a; así que impones tu propio estilo y
te pones lo que te da la real gana, que para eso tienes cuarenta y
puedes hacer lo que quieras.
Si sales de juerga una noche, te cuesta varios días recuperarte, y ahí
te das cuenta que el tiempo no ha pasado en balde; sin embargo, si te
quedas en casa, el cuerpo te pide que lo muevas y que, alguna noche, se
vuelva loco hasta el amanecer.
Comienzas a controlar el colesterol, el azúcar y hasta se te ocurre ir
al médico a hacerte una revisión, de cuyos resultados terminas pasando
olímpicamente y comes lo que te apetece, o en el peor de los casos, conoces las huellas que el paso del tiempo va dejando en el cuerpo.
En teoría es una edad en la que tienes libertad absoluta de movimientos,
sin dar explicaciones a nadie de lo que haces, de donde estás, de con
quien vas,..., pero tienes que estar pendiente de los mayores y de los
pequeños, así que tú ejerces el control de todo sin nadie que te
controle a ti, porque tampoco tienes tiempo para hacer lo que quieras.
Vuelves a recordar tiempos pasados en boca de los que te preceden y
todas las asignaturas del colegio o del instituto en boca de los que te
siguen. Mientras tú, intentas llenar tu cabeza con nuevos conocimientos
de las cosas que realmente te interesan.
Sigo sin creer en la crisis de la cuarenta, me parece una edad
maravillosa en la que aún podemos aprender mucho, de los de antes, de
los de después y de todo lo que nos rodea, eso que nosotros hemos
elegido y a quienes hemos acercado a nosotros.
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