Yo,
como todos, también necesito tumbarme. También necesito que mi cuerpo se relaje
y que disfrute del silencio hasta que alguien lo interrumpa para hacerme reír,
para disfrutar, para volver a ser una niño.
Yo,
como todos, un día fui pequeño, y probablemente, cuando alguien me vio en mi
sillita de paseo se acercó y me hizo una cosquillita, a la que yo seguro que
respondí con una sonrisa. Fui creciendo y me seguían gustando las cosquillas,
incluso llegaba a hacer batallas, a ver quien aguantaba más sin reír (yo siempre perdía).
Ahora
buscamos quien nos las haga; quien sepa meter esos dedos en nuestro corazón y
en nuestro pensamiento y nos haga un simple gesto, algo parecido a una
cosquilla, que nos alegre un pequeño rato de nuestras vidas. ¿Por qué no podemos
volver a las batallas de cosquillas? ¿Por qué tenemos que ser adultos serios y
respetables, sin buscar ese espacio para disfrutar, para sonreír, para soltar
una carcajada?.
Quizá
nos veamos demasiado “mayores” para que venga alguien a hacernos cosquillas,
como cuando éramos pequeños; pero se las pueden hacer a nuestro corazón con una
palabra amable, con un gesto bonito, con una sonrisa cómplice, con un beso
robado,…
Hagamos cosquillas a los demás y dejemos que nos las hagan; quizá nuestro perfecto mundo de adultos se verá lleno de alegría y de risas que por un momento nos harán ver lo equivocados que estamos en tantas y tantas ocasiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario