miércoles, 27 de junio de 2012

DECISIVO MOMENTO

Cada mañana se despertaba antes de que nadie le dijera nada y rápidamente se levantaba, se vestía, iba al baño a asearse y desayunaba. Todos los días la misma rutina; la rutina de la mayoría de las personas.
 
Pero aquel día era especial. Se levantó antes de lo habitual; había dormido mal, despertándose en numerosas ocasiones; algo le tenía intranquilo y él sabía muy bien lo que era.
 
Intentó pensar en otras cosas: en lo que hablaría con sus compañeros, en lo que comería, en lo que haría al terminar la jornada,... no, mejor no pensar en lo que haría al terminar la jornada, porque todo iba a depender de lo que ocurriera.
 
Sabía que cada tres meses pasaba lo mismo. ¡Dichoso papelito que todo lo alegra o todo lo fastidia!, pensaba. Pero las cosas estaban así establecidas y no podía hacer nada para cambiarlas.
 
Sabía ya hasta lo que iba a escuchar de unos labios y de otros según lo que pusiera en aquel papelito. Estaba confiado, creía que escucharía buenas cosas, que sonreirían, que le darían algún beso; pero no pudo evitar llorar de los nervios.
 
Intentaron calmarle, que no se anticipara a lo que no sabía que iba a ocurrir, pero algo le decía que había desaprovechado parte del tiempo y que ahora, llegado el momento de la verdad, ya nada tenía solución y las cartas estaban echadas.
 
Se marchó a la hora de siempre y se despidió con un beso, mientras sus pensamientos le acompañaron durante todo el camino; llegó a su lugar de destino como todos los días. Las horas empezaron a pasar, estaba expectante. Hasta la última hora no le dieron el sobre en el que estaba guardado el papelito que él no debía sacar. Salió del recinto y allí estaba esperándola. Rápidamente le dio el sobre, espero a que lo leyera y vio en su rostro una sonrisa, seguido de un abrazo y un enorme beso.
 
Las notas habían sido buenas, no había suspensos ni tampoco sobresalientes, pero había notables y bienes y para su corta edad aquello era mucho. Sabía que podía conseguir algún sobresaliente, pero también sabía que a los dos días la angustia que había pasado se olvidaría y volvería a sus juegos, a sus distracciones, a los deberes cotidianos.
 
¿Qué pasaría si a nosotros, los adultos, nos evaluaran cada tres meses por nuestro trabajo? 
 
No espero ninguna respuesta, puesto que la mayoría hemos vivido ya el temido día en que nos daban las notas.
 
 
 

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