sábado, 28 de abril de 2012

TODOS TENEMOS UN PRECIO

Siempre habrá alguien que diga que no tiene precio, que no se vende por nada ni por nadie, y es una opinión muy respetable, como cualquier otra.
 
Yo, lo tengo que reconocer, tengo precio, pero no se puede pagar con dinero.
 
Despertar junto a mi pareja por las mañanas para comenzar la jornada y que ella me mire con los ojos entreabiertos, me dé un beso y me diga: "Buenos días amor", es el pago que recibo por madrugar, cuando mi jornada laboral podría comenzar bastante entrada la mañana, y podría quedarme en la cama durmiendo mucho más rato de lo que lo hago.
 
Estar tiempo afeitándote con las cuchillas (no la maquinilla eléctrica), eligiendo una camisa que vaya con la americana, y que te digan; "Qué guapo esta hoy"; pasarme horas en la cocina preparando la comida para que en cinco minutos desaparezca y escuches: "Qué bien he comido".
 
Hay tantas y tantas cosas que suceden a lo largo del día y que hacemos, algunas veces a regañadientes, que son pagadas y no nos damos cuenta de ello: un beso robado, un abrazo, una caricia, una mano que seca nuestras lágrimas, una sonrisa... Somos los más ricos del mundo cuando alguien, espontáneamente, nos paga con amor y amistad lo que, en un momento, hicimos nosotros sin pensar, sin esperar nada a cambio.
 
El dinero no lo es todo; el amor y la amistad sí. Es lo que me hace decir: yo tengo un precio.
 
 

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