Estamos
recubiertos por una fina piel, nos vemos obligados a llevarla para no
tener que mostrar nuestras verdaderas emociones. Pintamos y hazicalamos nuestros
cabellos, cubrimos de ropas nuestro cuerpo, pintamos y maquillamos
nuestras caras o las ocultamos tras una máscara bien trabajada y que se amolda a la perfección a nuestro verdadero rostro.
Como
actores en una gran representación nos aprendemos los distintos papeles
que la vida nos obliga a representar. El traje para ir a trabajar, el
chándal de hacer ejercicio. Elegimos el pantalón que mejor disimula
nuestras caderas y realza nuestro culo, o usamos una camiseta que se adapte a la perfección a
aquello que deseamos aparentar.
Para
poder representar nuestros papeles a la perfección necesitamos la
colaboración de las personas que nos rodean, ellos nos preparan el
escenario y nos ayudan a fingir ser personas que no somos.
Pero entonces, un día encontramos a alguien, ese alguien no ve nuestra piel falsa y no se
fija si hemos elegido la mejor camiseta o si nuestro peinado es el que
más nos favorece. Y como quien no quiere la cosa, nuestras emociones
ocupan el lugar que se merecen. Podemos llorar y podemos reírnos,
aprendemos a tocar y notar la piel fina bajo la yema de nuestros dedos.
Rozamos la ternura a cada momento y saboreamos incluso las cosas más
amargas.
Todo
aquello que nos rodea, el resto de actores de reparto ya no parecen ser
tan necesarios para que nuestra actuación sea la mejor. Nos damos
cuenta de la falsedad del resto del mundo y nos reímos del paso del
tiempo.
Hay
muchos actores que nunca tendrán un verdadero valor en sus
representaciones, son actores secundarios que jamás aprenderán a
mostrarse con la naturalidad que hace falta. Se colocan sus vestidos de
jefes o de amigos o de esposas o novios, son tan superficiales que a
parte de no mostrar jamás sus emociones tampoco tienen la capacidad para
ver en el interior de las personas. Pero todo esto no tiene ningún
valor, nos empeñamos en seguir viviendo bajo el telón de un gran
escenario, fingiendo ser personas que no somos y tan solo nos mostramos
en la intimidad de la oscuridad o bajo las sábanas del compañero ideal.
Llevamos
una gran mochila llena de caras que utilizamos como máscaras y que
vamos colocando como si de un SMS se tratara. Emociones que contenemos
por miedo a mostrarnos tal y como somos realmente.
Para seguir adelante
no es necesario disimular y
fingir, porque realmente las personas que pueden decir siempre lo que
piensan, que pueden mostrarse tal y como son y que viven de cara a sus
emociones son las más envidiadas. Es sencillo, si puedes ser tu mismos
es mejor que lo seas, si puedes emocionarte es mejor hacerlo, porque
llega un momento que la interpretación, por muy buena que sea, no
convence a nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario