miércoles, 18 de abril de 2012

EL PARQUE DE ATRACCIONES

Desde el momento en que nacemos, nos vemos metidos en este parque de atracciones llamado vida.
 
Cuando somos pequeños nos gusta que nuestros padres se diviertan con nosotros y nos ayuden a experimentar por primera vez las nuevas sensaciones que se presentan ante nosotros.
 
En la adolescencia somos los más osados del mundo, y buscamos las atracciones más peligrosas, las que recargan nuestro cuerpo, ya de por sí, lleno de adrenalina.
 
Llegamos a la madurez y la mayoría nos subimos a ese enorme tiovivo que va despacio, despacio, dando vueltas y más vueltas; y desde él observamos: vemos a los que entran en la sala de los espejos a mirarse una y otra vez y disfrutan viendo su propio reflejo y nada más; vemos a los que nos observan y que un día formaron parte de nuestra vida, a los que sonreímos en una vuelta y a la siguiente han desaparecido; vemos a los que se siguen considerando adolescentes y son atrevidos, y siguen gritando a la vez que sus cuerpos giran y giran; vemos a los que simplemente se limitan a mirar y no disfrutan de aquello que tienen delante de las narices; vemos a los que, con cara furiosa, disparan a lo que les han puesto delante, tan sólo con el afán de lograr su objetivo, aunque sea a golpe de perdigón; vemos a los que se ríen de las personas a las que la naturaleza no ha dotado de un cuerpo diez (éstos deberían ir a la sala de los espejos); vemos a los que se meten en el laberinto y tardan horas y horas en salir, incluso algunos no llegan a hacerlo nunca.
 
Y nosotros seguimos dando vueltas y vueltas en la rutina, unas veces sonriendo, cuando nuestro caballito de madera está arriba, y otras tristes, cuando el caballito está a ras de suelo.
 
El parque de atracciones tiene muchos sitios a los que acudir y poder sentirse como cada uno quiera; nosotros tenemos la elección.
 
 

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