La nada, que era todo, que era tus manos lejos de mi cuello. Nosotros bailando lejos de la vida. Un beso en blanco y negro en medio de cualquier calle. Nosotros en blanco y negro en una habitación de un hotel de Madrid. Este invierno no ha nevado, apenas ha llovido, todos los días son brillantes y se suceden unos a otros. Como un tren que pasa rápido y no para en la estación. Como la vida que camina deprisa. La falta de lluvia es una mala señal. Recuerdo que los domingos te gustaba salir a empaparte, sin paraguas, libre, dejando que el cielo descargara toda la nostalgia sobre tus hombros. Ya no existen esos domingos. La falta de lluvia nos aleja. Este invierno raro, que no es invierno, que no es nada, que no huele a chocolate caliente ni a besos. No como aquel invierno, en el que conquistamos el mundo sin apenas darnos cuenta. Cada calle, cada cafetería, todas las esquinas de esta ciudad. Los portales, los bancos, los mejores lugares para los amantes. Tus ojos recorriéndome de arriba a abajo, como quien mira a un sueño hecho realidad. Tus manos acariciándome el pelo, dejando que la vida se colara entre los dedos. Las cortinas de tu habitación danzando al son de tus manos. Este invierno es diferente. Suena a todas las canciones de amor que nunca quisiste escuchar. Huele a nostalgia. A esa nostalgia que lleva uno pegado a los zapatos. Ya no me miras. Mirabas hacia otro lado, buscando la lluvia, la nieve, algo que te recordara aquel invierno en el que conquistamos el mundo. Yo me pierdo por las calles que un día habían sido nuestras. Ya no nos quedaba nada. Quizá nunca tuvimos nada. La nada, que lo era todo, llenándolo todo de miseria. Y tú mirando hacia otro lado.
"Porque la pequeña muerte acecha
en lo pequeño
en el número de teléfono que nunca marcas
aunque debas
en las frases que no sueltas nunca a tiempo
en el telediario de las tres de la tarde
en las noticias de las nueve
en la reseca estepa de los sueños
que más temes.”
La pequeña muerte, Carlos Salem.
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