lunes, 30 de enero de 2012

CON LA CABEZA FRÍA MIENTRAS EL CORAZÓN ARDE

Aún tengo días que se me clavan en el costado, y no puedo hacer más que llorar en cualquier esquina, a cualquier momento. Tengo días tristes, muy tristes, en los que la ausencia aparece después del desayuno y me atrapa por dentro. Y no hay manera de hacerla desaparecer. Sólo me calma un abrazo, y a veces, los abrazos están lejos. 

Hay días en los que no entiendo absolutamente nada de lo que pasa a mi alrededor, que rompería todos los relojes, el orden establecido y me iría a vivir a cualquier pueblo apartado. Con un gato, una mecedora y un montón de libros para sobrevivir. Desde luego, este no es mi planeta. Sólo me queda refugiarme en el último vagón de tren, bajo las sábanas, en cualquier atardecer, buscando un poco de paz. Buscando un motivo. 

Cuando era pequeño, siempre heché de menos el poder refugiarme en unos brazos y un abrazo que me diera fuerzas para seguir, con un susurro: eres el mejor. Y tenía que convertirme yo solo en un heroe que sobrevolaba los tejados y era capaz de cualquier cosa. 

Ahora me hago pequeño, muy pequeño, y mientras pongo la mesa con un solo plato y cubiertos para uno, dos lágrimas resbalan y se pierden entre el primer bocado. En esta casa silenciosa, donde el tiempo no pasa y no hay más que nostalgia de la que se clava en el costado.


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