No es que quiera pasar por alto
los problemas que a la mayoría de personas de este país nos preocupan cada día,
pero creo que tras el paro, los desahucios, la corrupción, etc, se esconden
muchas más cosas.
De un tiempo a esta parte he ido
observando como, en general, nos estamos deshumanizando y, en ese todos, me incluyo yo
también.
Los problemas de los demás son
eso, problemas ajenos que podemos comprender e incluso sentir cierta lástima,
pero rápidamente pasamos a centrarnos en lo que realmente nos importa: yo.
Durante un tiempo hemos estado
luchando contra las injusticias que nos rodean, hemos gritado, nos hemos
enfrentado a todo y a todos por intentar que las cosas mejorasen, pero visto
que no hay ningún cambio en perspectiva, hemos pasado a olvidarnos de que
vivimos en una sociedad, en un conjunto de personas, y únicamente nos centramos
en nosotros.
La solidaridad es un bien escaso. Ya
casi nadie quiere saber de los problemas ajenos porque bastante tiene con los
propios. Son pocos los que quieren involucrarse en acciones altruistas porque encuentran
la callada por respuesta y las personas que nos rodean se tornan ojos que no
ven, oídos que no oyen y espaldas despectivas.
La tan consabida ayuda al prójimo
está desapareciendo y se está transformado en ayudarse a sí mismo y olvidar que hay
personas que se encuentran en situaciones peores, pero ¡qué más da!, no es mí
problema.
Da miedo pensar hasta qué punto
de deshumanización hemos llegado: si vemos a alguien pidiendo en la calle ni
nos molestamos en mirar, porque lo vemos, pero no lo miramos; si hay
iniciativas altruistas respondemos con un simple clic al “me gusta” del
ordenador y nos damos por satisfechos; si vemos a algún conocido que está sin
trabajo, cruzamos de acera para no “tener que aguantar” su situación y rogamos
por no encontrarnos en su lugar.
Las personas estamos desapareciendo. Somos simples animales solitarios que luchamos por sobrevivir en esta jungla de vida y que ya sólo conocemos una palabra: yo.
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