En estos días
de otoño, la lluvia resbala sus gotas tras los cristales de
mi habitación y donde el frío empieza a hacerse notar con fuerza, donde el atardecer hace que este espacio se convierta en
acogedor y tranquilo.
Enciendo una lámpara de luz tenue, luz cálida
que me reconforta y que se despliega con intimidad por esas fotografías, detalles, recuerdos, libros.... que son esa compañía deseada
que sólo intuyo, que no se ve pero forma parte, gran parte de mi mismo.
Después
de una ducha caliente, ropa cómoda y un café, me acomodo en ese sillón
frente a la chimenea que parece descansar hasta mi alma. Me apetece leer y elijo uno de los
dos libros que ahora ocupan alguna de mis horas. Me encuentro
relajado...
Son casi las cinco de la tarde y una especial somnolencia
me está empezando a acariciar la mirada. Por unos segundos cierro mis
ojos intentando asegurarme de que estoy despierto. Deseo abrirlos de
nuevo, seguir con mi lectura...
Mis ojos se han vuelto distraídos y
no me obedecen. Se han quedado sorprendidos, diría que fascinados y
extrañados ante lo que empiezan a percibir...
¿Estoy soñando?, creo que no.., pero no lo sé.
Mis
ojos se van deteniendo ante unas páginas en blanco donde las palabras
se van escribiendo al mismo ritmo que mi mirada se refleja en ese papel
sin color. Vocales y consonantes que se enlazan en palabras, en frases
escritas con una letra especial, que me resulta tan conocida y, al
tiempo, ajena y extraña.
Páginas con reconocibles y, a la vez,
difusas imágenes o vivencias, no sé lo que me está sucediendo, pero me
siento sorprendido porque creo estar reconstruyendo mil momentos vividos
por mi. Siento un escalofrío.
Pero... necesito leer estas páginas.
Primero lo hago con curiosidad y luego con avidez, pasando por las
risas, la pasión, las lágrimas, la dulzura, la tristeza por los sueños
rotos y la ilusión por los sueños convertidos en pura realidad vivida.
¿Qué me estaba pasando?... Todo era tan real dentro de lo irreal!
Mi
extrañeza adquirió una pincelada repentina de lucidez y me dí cuenta de
que me encontraba reviviendo, desde fuera y desde dentro, mi propia
historia, la de mis años, la de mi vida....
Aparecían narrados
momentos maravillosos que realmente recordaba y podía sentir paso a
paso, beso a beso, con su color, con las sensaciones pasadas que ahora
parecían presente.
Pero lo que en verdad me conmovió, fueron algunos
párrafos irreconocibles al leerlos, ajenos, distantes con los que no
lograba identificarme; era como si al no haberlos elegido yo, no me
pertenecieran y, aunque parecían formar parte de mí vida, yo sentía no
haberlos vivido.
De ellos, tristemente encontré muchos.
Mi corazón no quería admitirlos, pero mi cabeza les daba el mismo matiz de recuerdos que a los leídos hasta ahora.
Yo
seguía pensando en mi propia contradicción. Y, no sé porqué, llegué a
una conclusión... Eran esos momentos, quizás demasiados, que dejé en
blanco en mi vida por no atreverme a decir “no”, por se excesivamente
flexible, por dar tal vez demasiado, por no pensar más en mí mismo, por
quedarme tan vacío luchando ante la incomprensión, por no querer
cicatrizar mis heridas...
Y, así, no dejaba de preguntarme ¿como
podía haber dejado, en tantas ocasiones, de sentirme “yo”, de vivir mi
propia vida y no sólo pasar por ella?
Salté del sillón y busqué
tippex para borrar lo que no me gustaba, lo que mis ojos no querían leer
en aquel libro que seguía siendo tan especial.
Arrastré ese blanco
sobre la tinta negra de las palabras que aparecián en párrafos que
deseaba ignorar, de los que quería huir..., pero no podía, no me estaba
permitido. Sentí un nudo en la garganta, una punzada de angustia y
empecé a llorar.
Una lágrima fue a parar al libro y cayó en una de sus páginas.
Cerré
mis ojos, pasaron los minutos y, entonces, algo inesperado sucedió: de
la nada, comenzaron a aparecer nuevas páginas en blanco y, como si fuese
un nuevo libro, en el inicio de una de esas páginas apareció una frase:
“La vida que te queda por vivir”
Y... me sentí feliz al ser
consciente de que no olvidaría, que no borraría nunca mi pasado, ya que
lo maravilloso era que tenía presente y que debía continuar escribiendo
palabras en el libro de mi vida, porque ésta vida es la mía.
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