Entonces recurren a nosotros y simplemente nos
dicen “¿por qué?”. ¿Quién es capaz de decirles que, superados los cuarenta nos
seguimos haciendo la misma pregunta?.
Siempre había creído que el punto principal en la
educación de un hijo es no desautorizar a su padre o a su madre; pero esas
pequeñas cabecitas no paran de funcionar y lloran intentando comprender las
injusticias de la vida, buscando en nosotros la solución a todos sus problemas,
la garantía de que papá y mamá lo pueden arreglar todo.
No hay mayor dolor para un padre o una madre que el sufrimiento de un hijo, y de ese dolor se sacan las fuerzas, creces hasta convertirte en un gigante y le dices a tu hijo que luche, que se enfrente a los problemas, que la vida es difícil, que el dolor existe, y él te mira con cara de incomprensión: sus papás no tienen la solución para todo. Y es entonces, cuando ves ese rostro desamparado, incrédulo, cuando salen las palabras del corazón y dices: “Papá y mamá siempre estarán contigo y te apoyarán, te querrán, te levantarán cuando te caigas y te enseñarán a hacerte mayor”. En ese momento tu hijo sonríe, vuelves a ser su héroe o su heroína, a tener el remedio a todos sus problemas, a pesar de que, por dentro, sabes que no es así y que sus héroes son de carne y hueso y también lloran y se preguntan ¿por qué?
Es por tí, Miguel.
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