domingo, 15 de julio de 2012

DESCENDIENTES BASTARDOS DE DARWIN

La mayor batalla nace de los endebles cimientos de la personalidad. 

Luchar como perros para asirnos de puntillas a la vida: buscar tendencias, obsesiones nuevas, inflar el tiempo con helio (y si de la hinchazón salen estrías, maquillarlas). Y todo, al fin, para acabar convertidos en una de esas bolsas de patatas fritas que parecen llenas, rebosantes, pero luego las abres y descubres la estafa.

Echa, si te atreves, un vistazo a tu entorno y enumera cuánta gente conoces que basa su vida en anécdotas, en lo que tiene y lo que hizo ayer, o aquel verano; cuánta gente alrededor que jamás evoluciona y además presume de enseñarle el dedo corazón a Darwin, gente de la que nada aprendes o peor, te incita a desaprender, a dejarte arrastrar por la desidia, a caer en el bostezo existencial.

Los veo cada día. Intentas tirar de ellos pero su cuerda es de chicle (y su discurso, un copia y pega de aquí y de allá, como esponjas de lo superfluo). Gente sin alma, sin hambre y sin huella, gente que amó por tradición y ahora confunde el amor con la inercia. Comerciales del día a día, sodomitas sin querer de los poemas. Cofrades del papel de regalo. 

Meras cifras cuando mueran.

¿Cuántos dices? Cada vez son más. O seré yo, que cada vez me siento menos, o un poco más raro...




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