martes, 8 de octubre de 2013

CALUMNIA... QUE ALGO QUEDA




La calumnia tiene eso: el que la dispara cree que desdiciéndose ya se lava el efecto, como quien quita una mancha. No se borra la maledicencia, persiste, es un soplo de aire pútrido cuyo olor engaña. Y somos muy dados todos a contribuir a la mancha de la sospecha. Caemos en esa misma tentación, suspiramos un rumor, le damos forma, lo cuchicheamos al oído del otro, permitimos con gusto que circule y así se va montando el carnaval de la burla hasta que alguien lo convierte en una piedra y lo arroja para hacer daño. El daño luego se aloja en la víctima y la caterva provecta de los que lo han alentado se queda mirando para otro sitio, yo no he sido, yo me lavo las manos.

Hay víctimas de la calumnia que han arrastrado y arrastran el perjuicio como parte del alma y, por tanto, como parte de su cara. Él, me dicen, tenía arrestos, lo fue superando, pero adentro estaba esa mezcla tremenda de la perplejidad y el susto: ¿por qué a mí, quién me eligió para ser derrotado? La calumnia tiene esa aspiración: destrozar a la persona contra la que va. No es cierto que el tiempo lo cure todo; el tiempo cura a los otros, porque existe el olvido. Nos olvidamos de los que han sufrido la calumnia, pero la calumnia ya hizo su efecto. A la víctima le es imposible el olvido.

Un falso testimonio  puede resultar tan dañino incluso más que una agresión física. Somos muy dados a levantar falsos testimonios, y hacer crecer cada vez más una habladuría, hasta que la sociedad la toma como un hecho consumado y contrastado.
 

Porque conozco el grado de distorsión que puede alcanza los acontecimientos cuando corren de boca en boca, tengo una filosofía de vida muy clara, “De lo que te cuenten no creas nada, y de lo que veas, la mitad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario